Cuando apenas el sol asoma por el horizonte, pintando de dorado un cielo que es inmensamente visible, se comienzan a sentir los primeros indicios de vida en la vieja estación de trenes del histórico barrio Peñarol. Motores de gran potencia se escuchan desde lejos anticipando la llegada de los "caballos de hierro".
Elegantes y altaneras las locomotoras imponen su presencia, sin importarles cargar encima cien años de existencia.
Una campanilla comienza a sonar y la barrera se baja. Los transeúntes que es¬peran atravesar la vía se detienen porque, lentamente, se acerca la "vedette" del barrio. Sin tapujos hace sonar el silbato y pasa, dejando tras ella una estela de viento capaz de sacudir cabellos y ropajes de quienes estén cerca.
La descripción de este momento puede traer a la memoria de muchas personas agradables recuerdos del pasado. Pero más gratificante será ver -en un futuro cercano- cuando estas locomotoras pasen sin cesar, habiéndose convertido Peñarol en un barrio turístico, lleno de historias y leyendas.
Historia del barrio Peñarol
A Peñarol llega un aventurero
Este barrio montevideano se encuentra ligado a historias tan lejanas en el tiempo y el espacio que resultarían difícil de imaginar.
En un pequeño pueblito italiano fun¬dado por una princesa en el año 1.000 -de nombre Pignerolo- nace Juan Bautista Crossa, el primer poblador oficial de Peñarol. De familia acomodada, hasta la actualidad se desconoce las razones por las cuales abandona Italia para instalarse, en 1765, en nuestra Banda Oriental. Entre muchas cosas, se dice que era un gran aventurero, pero jamás imaginó que sus ocurrencias fueran parte de la historia uruguaya.
Crossa fue un referente en la zona y tuvo como gran acierto la fundación de una pulpería que se convertiría en el centro de las principales actividades sociales, culturales y lúdicas del lugar. Dentro de este comercio surge el nombre del barrio, pues ante la insistencia en que la gente lo llamara "Juan Bautista Crossa de Pignerolo", el paisanaje comenzó a deformar el nombre de su pueblo pasando a ser Piñerolo, Peñarolo y, finalmente, Peñarol.
Cien años después de la llegada de Crossa a Uruguay, la zona tenía 3.342 habitantes, entre ellos el primer abogado y el pri mer boticario del país. En honor a este último, se construyó lo que luego sería la Iglesia de la zona: "Nuestra Señora de las Angustias", nombrada años después Viceparroquia. Contando, además, con cementerio y diputado que los representara, no se habla de esta época como el período fundacional de Peñarol, aunque se lo merecería.
Convertido en un lugar de grandes chacras, interesantes quintas y reconocidas bodegas, a Peñarol y sus habitantes les esperaba un futuro inimaginable. Pero hasta el momento la tranquilidad predominaba.
Un barrio al mejor estilo inglés
Mientras la población disfrutaba de una pacífica cotidianeidad, una compañía inglesa interesada en la zona envía un testaferro, llamado Mister Leret. Su misión consistía en, tratando de no levan¬tar sospechas, comprar las propiedades de los vecinos para edificar el taller de ferrocarriles más grande del Uruguay y más moderno de América Latina. Este se considera el inicio de un proceso, ahora sí, fundacional, a partir del cual la vida de todos los habitantes cambiaría para siempre.
Peñarol sorprendió a todo el país al convertirse en un barrio ejemplar, como consecuencia de esta revolución industrial con aire inglés pero en suelo uruguayo. Rápidamente la zona se transformó, debido a la construcción de la estación de ferrocarriles, los talleres de la empresa y el Centro de Artesanos. Así, 3.500 personas participaron de uno de los fenómenos obreros más importantes de Uruguay.
Los ingleses, a partir de este momento, comenzaron a modelar arquitectónicamente el barrio de manera apropiada y cómoda para su trabajo. Sus propósitos se iniciaron con la construcción de dos casas para los jerarcas principales (ubicadas en las actuales calles Aparicio Saravia y Shakespeare, siendo hoy sede de una policlínica municipal y un local de INDA). Frente a estas distinguidas viviendas, se dispusieron las de los jerarcas intermedios: jefes de bodegas y capataces. Y, finalmente, vía por medio y separadas por una plaza, 42 edifica dones exactamente iguales se construyeron como viviendas para los obreros.
Esta calle hoy resulta uno de los paisajes más pintorescos de Peñarol. Más allá de las transformaciones edilicias que experimentó la zona, cambió el estilo de vida de la gente. El sello inglés imperaba en todos los espacios cotidianos. A las seis de la mañana sonaba el primer silbato del tren que anunciaba el inicio de la jornada laboral y la llegada del Tren Obrero (encargado de transportar a los ferroviarios del interior que prestaban servicios en esta estación). Para quienes residían en la calle de los obreros, un "llamador" golpeaba puerta por puerta, avisando el comienzo del turno de trabajo.